El mundo es lo que vemos y, sin embargo, necesitamos aprender a verlo. En el caminar desatento, una simple actividad silenciosa, pueden pasar desapercibidas muchas cosas, y aun así, nos permite demorarnos en los signos de lo cotidiano que se mimetizan en los recorridos comunes y en el peso de nuestras pisadas que van dejando huellas en la superficie del suelo. Aunque separadas e independientes, todas las acciones que suceden forman parte de todo.
La visión siempre se topa con volúmenes, parece que solo aquello que pertenece al plano de lo táctil puede verse, es una especie de acuerdo tácito entre la mirada y el mundo, observamos lo que tiene un cuerpo, lo que ocupa un espacio y posee un volumen, pero también miramos con todo el cuerpo, eso que percibe el resto de los sentidos, está dentro del mismo acuerdo, pero en función a punto de referencia nos permite tener una relación con lo externo más allá de lo evidente.
En esta exhibición existen tres capas de lo visible tangible e intangible, la primera, aquella en la que materia se sumerge en lo profundo y espera ser desenterrada; la segunda, que aparece, ineluctablemente visible, que está y permanece en nuestro campo de visión; la tercera, forma parte del universo de lo etéreo, que aunque siempre es y está presente, es intangible y, por lo tanto, inasible.
“Abramos los ojos para experimentar lo que no vemos, o lo que ya no veremos”. No se puede mirar el mismo paisaje dos veces. Esos escombros que antes pertenecían a casas y edificios, ahora vuelven a su estado primigenio, son de vuelta roca, materia vibrante que sigue en continua transformación. Aunque parezca absurdo, el registro de lo que se mira cambia constantemente y en este caso, solo bajo ese lente furtivo de Chan podría permanecer.
Para construir un rascacielos hay que ir acumulando materia, una sobre otra, en forma vertical, siempre ascendente, se usan materiales como hormigón, cemento, piedras, vidrios, metales, todos pertenecen al suelo y al mismo tiempo, este sostiene al rascacielos. Las montañas surgen del suelo y son a su vez el suelo, se crean del movimiento de las placas tectónicas que subyacen a él. La montaña es un pliegue del suelo, el rascacielos es una estructura que se coloca sobre el suelo; ambos tienen en común al suelo.
Un rascacielos es igual a una montaña, es una alegoría a la perpetua relación del hombre y la naturaleza, a las formas en las que se habita un espacio y se convierte en territorio, es solo a través de la acción de ese estar que se puede resignificar el espacio y darle identidad. Yanina nos invita a entrar en ese, su espacio, a mirar, a estar, a demorarnos para crear una nueva lectura de ese lugar.
Gelen Marquez Silva
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